Ayer
me enteré de que había muerto Piedad Isla. Supongo que su nombre no le dirá gran cosa a los que lean estas líneas. Sin embargo, yo me atrevería a afirmar que fue uno de los mejores fotógrafos españoles. Hace un par de años encontré un par fotos suyas en una web, y me sorprendieron tanto que decidí investigarlo. Por hacer corta una historia larga, descubrí que llevaba mas de 60 años fotografiando la comarca de Cervera de Pisuerga, en la montaña palentina, y que había montado un pequeño museo etnográfico en su pueblo. Me acerqué a verlo y me encontré con una mujer excepcional, que no he podido olvidar.
Venía de una familia modesta, que es el eufemismo con que se habla de gente que está casi en la pobreza, de campesinos castellanos de los de minifundio y autoconsumo, y de una época durísima en la que el destino daba pocas opciones a mujeres como ella. Destacó en la escuela y la maestra intentó que sus padres la enviaran a estudiar a la capital. Ella recordaba haber oído una conversación de la pareja una noche, en la que el padre consideraba vender alguna de las parcelas que aseguraban su subsistencia para poder pagarlo. Desafortunadamente, murió de una de esas enfermedades de la época, y se tuvo que poner a trabajar. A los 14 años estaba despachando en un comercio del pueblo. No sé muy bien como se le ocurrió, pero vió una oportunidad en la fotografía y decidió montar un pequeño negocio.
Sé que esto suena hoy banal, pero hay que ponerse en la época, en la que una mujer, por ejemplo, necesitaba permiso de su marido para abrir una cuenta corriente o viajar, en la que no había préstamos ni incentivos, y en la que era dudoso hasta que hubiese clientes que pudiesen permitirse el lujo de pagar por ser retratados. Contaba como viajó a Santander, donde aprendió la técnica -en un mes...!- en el estudio de un fotógrafo amigo de la familia y como luego se marchó sola, casi sin dinero, a Madrid, una odisea, a pedir material a Kodak. Consiguió que le dieran crédito, probablemente gracias a algún comercial que se sorprendió tanto por la propuesta y por la persona que se la hacía que no fue capaz de negarse, que hubiese sido lo normal.
Abrió una pequeña tienda y con una Kodak Retina, empezó a retratar su pueblo. Pronto viajaba, sola, primero en una bicicleta y luego en una Vespa, por toda la comarca. Y me gustaría haber visto la cara que ponían los paisanos, y sobre todo sus mujeres, cuando llegaba esa chica en su moto, vestida con pantalones...
Les dio un servicio fundamental, retratando sus vidas, sus bodas, sus ocasiones especiales, fabricándoles las fotos que necesitaban para el recién instaurado carnet de identidad, y a la vez y sobre todo, les dió una memoria. En sus imágenes -140.000- está dibujado un mundo entero.
Piedad en su vespa, 1960 Todos estos años coleccionó además objetos representativos de una forma de vida que estaba desapareciendo, con los que montó su museo etnográfico. Nunca dio importancia a sus fotos
de pueblo, hasta que un amigo le hizo ver que los objetos para ella tan valiosos eran reemplazables y había otros iguales, pero que sus fotos eran un tesoro único. Hizo algunas exposiciones locales, la más importante en
Explorafoto, el festival de fotografía de Castilla León. Con este motivo, Cajaduero publicó un catálogo que es el único documento accesible sobre su obra. Cuesta unos ridículos seis euros y se puede solicitar en la web de la
Obra social. Vale muchísimo mas.
Siento un aprecio especial por los fotógrafos capaces de recrear un mundo con su mirada personal y transmitirnos con su obra las vidas ajenas de modo que podamos emocionarnos con ellas. Esa era la naturaleza y el mérito del arte de Piedad Isla.
Monjas en el recreo, 1950 Rosita y Maruja paseando por las calles de cervera, 1950-59 Un alto en el camino regresando de Madrid, 1957 Lavanderas, 1962 Boda de Emilia Ramasco en San Felices de Castillería, 1963 Cantamisa en Estalaya, 1958