Fotógrafo pobre, fotógrafo rico.

Esta es una fábula como la de la cigarra y la hormiga, que estoy seguro que es pertinente en estos tiempos difíciles para los profesionales, aunque la moraleja no sea demasiado evidente.

El otro día escribía sobre Charis y Edward Weston: Weston es un genio que vivió siempre en la pobreza. Su casa era una cabaña de madera que construyó su hijo por 1.000 dólares y han quedado huellas de su situación económica en las desesperadas cartas que escribía su mujer, buscando ayuda y recursos. Ansel Adams hacía algo parecido, el mismo tipo de fotografía, sin embargo amasó una pequeña fortuna, se convirtió en un icono nacional y en una referencia.

Los dos trabajaban con grandes cámaras de placas, profesaban la misma fe en las características innatas del arte fotográfico (las del grupo f64), tenían una maestría técnica parecida y retrataban temas semejantes. Y uno rico y otro pobre.

¿Dónde está la diferencia? Sospecho que es William Turnage, el manager de Adams, al que contrató cuando aún estaba en la universidad. Cuando lo hizo, Ansel, que no tenia demasiadas habilidades sociales -fue un niño feo, retraído, un adolescente delgado, calvo y misantrópico, obsesionado con el piano y la fotografía- y era un pésimo vendedor, llevaba una existencia difícil. Turnage recordaba que tenía que anular viajes fotográficos porque no conseguía reunir los 100 dólares que le costaban. Todo eso siendo ya un fotógrafo conocido.

Turnage supo poner en valor la obra de Adams, explotar su imagen tan americana y convertirlo en un héroe nacional, de modo que incluso la gente mas común, la que tendría dificultades en mencionar un par de pintores modernos, sabía quién era. Dennis P Curtin, entonces editor de manuales técnicos y libros educativos, cuenta en un memorable texto como Turnage le sacó a Little, Brown & Company un anticipo de 200.000 dólares, una cifra fabulosa para la época, en una sola reunión, celebrada en las oficinas de la editorial en 1973. Hasta entonces Adams había publicado en Morgan y Morgan donde empezó ganando 0.10 dólares por ejemplar vendido de unos títulos que valían un dólar. El editor le obligó a respetar esa cifra incluso cuando los precios subieron hasta 10 dólares por ejemplar. Adams pensaba que ganaba el 10% del precio, el contrato normal de un autor, pero la redacción permitía a la empresa pagarle el 1%. Adams decidió respetar el contrato, entre otras razones, supongo, porque sentía que no tenía éxito suficiente para presionar a sus patronos. Es evidente que Turnage tenía una percepción diferente y las habilidades para hacerla realidad.

¿Moraleja? La magia de Turnage es la que levantó la obra de Adams y la convirtió en una máquina de ganar dinero. Seguro que Adams, como Weston, pensaba en sí mismo como artista, daba escaso valor económico a su actividad y se hubiese conformado con las migajas...



Weston en la ventana de su laboratorio. Fotografía Beaumont Newhall

2 comentarios:

frikosal dijo...

Bueno, pues a que agente contrato ?

j_castro dijo...

Buena pregunta. Está claro que es lo unico que te falta... Las fotos ya las tienes!

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