Robbie Cooper es un artista interesante. Creo que fue el primero en trabajar sobre los avatares que la gente escoge para sus aventuras virtuales. El resultado fue Alter Ego, un libro de fotos que contraponen el personaje real y su identidad virtual. Después se apropió del Interrotron, que inventó el documentalista Errol Morris para animar sus películas y lo ha usado para explorar la experiencia de los jugadores y los espectadores de cine porno.
Morris, harto de hablar con sus entrevistados pegado a la cámara y que aun asi sus cabezas salieran torcidas, tuneó un autocue para hacer que mirasen directamente a cámara y aumentar así el contacto con el espectador y el impacto de sus palabras. Proyectaba su imagen en el espejo semitransparente del aparato y hablaba con ellos desde allí.
Morris, harto de hablar con sus entrevistados pegado a la cámara y que aun asi sus cabezas salieran torcidas, tuneó un autocue para hacer que mirasen directamente a cámara y aumentar así el contacto con el espectador y el impacto de sus palabras. Proyectaba su imagen en el espejo semitransparente del aparato y hablaba con ellos desde allí.
Cooper proyecta el videojuego y sitúa detrás del espejo una Red One, que le permite grabar las reacciones de los jugadores en video y extraer fotografías con una definición razonable.
Una vez establecido el mecanismo, decidió utilizarlo para explorar la experiencia del porno. Esta vez, sus modelos hablan de su relación con el porno, como llegaron, que les gusta, etc., y ademas permiten que presenciemos como les afecta.
Lo curioso es que, si descontamos la edad, hay poco que diferencie unas caras de otras. Se ve que las dos cosas -videojuegos, porno- son experiencias en extremo excitantes y placenteras.
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