Graciela Iturbide

Es como si hubiese cogido una cereza del cesto con mis elucubraciones sobre la fotografía y el dolor. Lo del cesto es un símil que usaba mi suegra para señalar como un asunto te llevaba a otro. Cuando intentas coger una cereza, siempre tira de otras.

Hace unos días, el 25 de Octubre, Graciela Iturbide recogió el premio Hasselblad, ese que los periodistas -tan aficionados a las simplezas- llaman el Nobel de la fotografía. No hay que pensar mucho: Nobel,Suecia...Hasselblad fotografía... Hasselblad, Suecia... premio Hasselblad, Nobel fotografia...

Iturbide es, en mi opinión, una fotógrafa excepcional que trasciende la naturaleza realista de su herramienta, utilizandola casi exclusivamente en función de sus elementos simbólicos. Sus fotos no describen una realidad, fijan emociones. Directamente conectadas con el lado oscuro, con los símbolos, las leyendas y rituales de la realidad mejicana, son extrañamente personales y casi abstractas, sin dejar de ser fotografías de verdad, sin manipulación alguna. Es un trabajo muy particular. Los fotógrafos que transitan ese camino lo hacen normalmente desde la construccion barroca o el fotomontaje. Ella lo consigue con su mirada.

Lo de las cerezas lo digo porque, al parecer, Iturbide se dedicó a la fotografía en parte por eso . Se habia casado muy joven, en 1962, con apenas 20 años y en 1970 su hija de 6 años murió trágicamente. El dolor la llevó a profundizar en su aficion a la foto,. Luego estudió en la universidad y trabajó como asistente de Manuel Alvarez Bravo. De ahi al Nobel de la fotografía hay solo treinta años de trabajo, una decena de libros, innumerables expos y muchos y merecidos reconocimientos (el premio Eugene W. Smith, la beca Guggenheim...)

Aunque no consiga desbancar en mi lista de aprecios a la que tengo por primera fotógrafa mejicana, Dolores Alvarez Bravo, siento un enorme respeto por ella y me emociona mucho su trabajo.


Autorretrato en el campo. Pachuca, México 1996

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